Objetivo General:
Reconocer la sexualidad humana como manifestación de amor con base en criterios cristianos.
Objetivos específicos:
Implicaciones de la vivencia de la sexualidad en perspectiva humanista.
La sexualidad humana, manifestación de amor desde criterios cristianos.
Mito de los Andróginos
¿Qué es el mito del amor romántico?
El mito del amor romántico encuentra parte de su
fundamentación o razón de ser en otro mito, el del mito de
andrógino. En El Banquete, Platón narra la historia de unos seres
duales, seres que podían reunir características de ambos sexos,
dando lugar a seres: hombre-hombre, mujer-mujer o hombre-mujer.
Estos seres, duales y completos en sí mismos, intentaron invadir el
Monte Olimpo cuando Zeus –haciendo manifestación de la ira de los
dioses–, lanzó un rayo que hizo que cada ser se dividiera en dos
mitades. Mitades incompletas y castigadas eternamente a buscar su
otra mitad. Por un lado, este mito daba explicación a la androginia y
la homosexualidad en la antigüedad. Por otro, asentaba las bases
sobre las cuales Occidente ha justificado históricamente un amor
basado en los principios de universalidad y naturalidad.
Deus Caritas est.
Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro « sexo », se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte, además, que no aprecia como ámbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico. La aparente exaltación del cuerpo puede convertirse muy pronto en odio a la corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza. Ciertamente, el eros quiere remontarnos « en éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación.
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